viernes, 19 de noviembre de 2010

La montaña


Desde hacía milenios, allí, justo allí, ni un metro más allá ni un metro más acá, se alzaba una inmensa montaña. La montaña más alta de aquel país, la montaña más fotografiada, visitada y escalada de todas las montañas fotografiadas, visitadas y escaladas de aquella nación.


Cierto día, al pie de aquella famosa montaña, se instalaron unos curiosos monjes de no se sabía qué exótico y lejano país. Unos monjes de esos que pasan horas meditando y haciendo cosas graciosas con un sonajero en la mano y otras cosas imposibles con sus cuerpos. Y la montaña, claro, siguió allí, justo donde siempre había estado. El único cambio que produjo la instalación del monasterio fue un ligero aumento en el número de turistas que ahora, aparte de la montaña, tenían el singular atractivo de los pacíficos monjes.


Los sonrientes monjes pasaban el día arando, limpiando, cuidando sus jardines, practicando sus acrobáticas luchas y siendo amables y hospitalarios con los turistas, escaladores, buscadores de experiencias espirituales y demás fauna que a ellos se aproximaba. Se pasaban el día de acá para allá, sin detenerse nunca, siempre atareados como pequeñas hormigas color zanahoria. Pero, poco antes del crepúsculo, todo se detenía en el monasterio; los monjes, emparejados y portando cada uno una vela entre sus manos, se dirigían en silencio hacia el exterior para reunirse al pie de la inmensa y hermosa montaña a orar y meditar durante varias horas, para placer de los turistas que no abandonaban el lugar hasta que, uno por uno, los monjes se levantaban y retornaban al monasterio.


Y así día tras día, mes tras mes, año tras año.


El día que nuestra historia ocurrió, los monjes se hallaban -como siempre- sumidos en sus rezos y meditaciones. Al poco de iniciar el ritual, la tierra comenzó a temblar suavemente y al sereno susurrar de las voces, se superpuso un sonido como el rumor de cien camiones en marcha. Los turistas se asustaron y muchos decidieron abandonar el lugar por si acaso, pero la mayoría prefirió quedarse donde estaba y ver qué ocurriría a continuación demostrando cuán poderoso es el poder que la curiosidad ejerce sobre los humanos.


Los monjes, por su parte, continuaron repitiendo sus mantras sin tan siquiera levantar los ojos para ver qué ocurría.


El rumor fue en aumento, el movimiento de la tierra también y la inmensa, hermosa e impresionante montaña, aquella montaña que llevaba allí, justamente allí, desde hacía milenios, comenzó a elevarse lentamente. Centímetro a centímetro la enorme mole se elevaba ante los atónitos ojos de los turistas y la impasibilidad de los monjes que continuaban inmersos en sus meditaciones.


La montaña subió aún más, el temblor de tierra hizo caer a muchos, un extraño viento recorrió los campos. Las túnicas de los monjes aletearon, las melenas de los turistas se alborotaron, la montaña comenzó a moverse un centímetro, un metro, cuatro metros, cien, doscientos... Y aquella inmensa elevación de tierra y rocas que siempre había estado allí, justo allí, ni un metro más acá ni un metro más allá, cambió de lugar. Donde antes había habido una montaña ahora había un llano y donde antes había un llano ahora había una inmensa montaña.


El día después de tan extraordinario suceso, los monjes recogieron sus pertenencias y abandonaron el monasterio rumbo a su lugar de origen a cobrar la apuesta que habían ganado a un monasterio rival. Habían tenido que venir a un lugar lejano y les había tomado años pero, finalmente, habían logrado mover una montaña tan sólo con la fe... y tenían muchos testigos para confirmarlo.


Claro que si le hubieran preguntado a la montaña los sonrientes y pacíficos monjes se habrían enterado que el movimiento de la imponente mole se debía, efectivamente, a sus cantos y oraciones pero no a su fe. La montaña, harta de soportar a diario el mismo sonsonete durante horas y horas, había decidido darse a la fuga. Afortunadamente para los felices monjes, las montañas no hablan aunque, cualquiera sabe, quizás con un poco de fe...





11 comentarios:

  1. Hola! No se si te acordaras de mi, pero yo si de tu blog. Veo que sigues escribiendo historias tan divertidas como siempre.
    Leyendo la entrada enseguida me ha venido a la cabeza una comunidad de monjes budistas que se instalarón hace años en Aragón, concretamente en Panillo. Es muy curioso descubrir un monasterio budista en las faldas del pirineo. No se si están intentando ganar alguna apuesta, pero si te dejas caer por esos lares te recomiendo la visita, aunque solo sea por curiosidad.

    Un besico, muac!

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  2. Una fábula fabulosa a propósito del dicho tan cacareado: “la fe mueve montañas”. Le has sacado mucho jugo. Biquiños,

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  3. Genial. Mantienes la tensión en toda la lectura, poco a poco vamos descubriendo lugares comunes y, cuando finalmente,llegamos a "la fe mueve montañas", tenemos la sensación de que esa era la parábola del relato. Y entonces... nos sorprendes con el humorístico final, que redondea y cambia radicalmente el sentido de lo narrado.

    Un abrazo.

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  4. Pues mira, yo siendo la montaña, los aplastaba... pero es que yo soy así

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  5. Cierzo: Por supuesto que te recuerdo. Creí que ya no te veríamos más por la blogosfera, supongo que tu paso por aquí es porque regresas. Bueno, pasaré por tu blog para comprobarlo :)

    Aldabra: Algún jugo le he sacado, no sé si mucho pero, vaya, se ha intentado, muchas gracias ;)

    Ernesto: Menos mal que te ha gustado porque yo dudé si no serían demasiados cambios de rumbo :)

    Necio-Hutopo: Ya pero es que, como bien dices, tú eres así y esta montaña es más pacífica que tú :)

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  6. Excelente texto, Nanny, muy bien acompañado por las imágenes y por el clip de The Cure. Te felicito.
    Te dejo un beso.
    Humberto.

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  7. Me encanta el final.
    Admiro cómo cierras siempre las historias.
    Besos.

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  8. jajajaja, pero anda con la montaña tan voluntariosa, pero bueno de que fue paciente lo fue y al final todos felices y contentos..un abrazo.

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  9. Genial Nanny. Me has llevado con el poder, como bien dices, que la curiosidad ejerce en los humanos, desde la placidez de las montañas, pasando por la sencillez de la comunidad de monjes...hasta la risa. Qué final, enhorabuena.

    Ahora ya sabe Mahoma lo que hacer para que la montaña vaya hacia él. Mandar al grupo de monjes a incordiar a la montaña, es menos cansado que caminar hacia ella.

    Besos y abrazos.

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  10. es increible, te mantiene atrapado en todo el texto
    me gustan mucho esos dibujos
    un saludo y buena semana

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  11. Humberto Dib: Muchísimas gracias :)

    Tesa: Curioso porque a mí es lo que menos suele gustarme y lo que más trabajoso me resulta :)

    Tnf25: No te creas que fue tan paciente, que la pobre intentó escapar desde el principio pero, claro, cuando se es montaña no se puede aspirar a ganar carreras de velocidad ;D

    Mari Carmen: Me alegro que hayas disfrutado con el paseo. Desde luego, estos monjes son de lo mejorcito para mover montañas, igual deberían plantearse sacarse unas perrillas en el negocio de la construcción y/o demolición ;D

    Hotel en gesell: Encantada de que hayas disfrutado con mi historia ;)

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Yo ya he hablado demasiado, ahora te toca a ti...

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