martes, 29 de marzo de 2011

El árbol


Acampé bajo el último árbol que encontré antes de entrar en el desierto. Iba a ser un viaje largo y duro por un paisaje árido y hostil, así que me dispuse a disfrutar con fruición la fresca sombra, el hermoso verde de sus hojas y el aletear de los pájaros que en él se acomodaban.

Durante los días que pasé a su sombra reuniendo las fuerzas y el valor necesarios para atravesar aquel vasto páramo en el que la vida era algo casi desconocido, aquel fuerte árbol se convirtió en un amigo. Me gustaba sentarme contra su áspero tronco y charlar con él sobre mis miedos y mis esperanzas, mis sueños y mis desengaños. Era un compañero silencioso y atento, un solícito y callado benefactor al que, sin duda echaría de menos.


El día de mi marcha, tras recoger mis escasas pertenencias, palmeé su cuarteada corteza, abracé su fuerte tronco y, sí, lo confieso, incluso derramé unas lágrimas. La despedida me entristecía más de lo que hubiera querido. Suena muy loco, muy raro, lo sé, pero cuando se lleva tanto tiempo en soledad como yo, cualquier presencia, incluso la muda compañía de un viejo árbol, se disfruta, se agradece y se aprecia intensamente.

De modo que, sí, me despedí de ese árbol que me había dado sombra, cobijo y compañía como de un buen amigo y, con un suspiro, me puse en marcha dispuesto a atravesar aquel inhóspito desierto.

Un crujido sonó a mis espaldas. Me giré. Nada.

 
Me encogí de hombros y seguí avanzando.


Percibí un ligero temblor de tierra. Volví a girarme. Nada.


Me encogí, nuevamente, de hombros y, algo vacilante, seguí avanzando.

Andaba a buen paso, inmerso en mis pensamientos, tan inmerso que hasta pasado un buen rato, quizás una hora o más, no me apercibí de que, a la par que yo, avanzaba una sombra. 


¿Cómo era posible que tuviera una sombra sobre mí si estaba en pleno desierto?


Me giré... y allí estaba, mi amigo el árbol, con su rugosa corteza,  con su frondosa copa, con su fuerte tronco y hasta con sus alados inquilinos.


El árbol, mi amigo el árbol, había decidido acompañarme y seguir ofreciéndome su sombra y su compañía durante mi dura travesía por el desierto.




lunes, 21 de marzo de 2011

Pesadilla

  Hace frío, mucho frío. La niebla se mete por debajo de mi abrigo y me hiela el corazón. O tal vez es el miedo el que me está dejando helada.


No sé cómo he llegado hasta aquí, no sé qué hago aquí, no sé dónde es “aquí”.


Debo andar o me quedaré helada en medio de esta niebla. El aire es pútrido y ponzoñoso. Intento respirar por la boca para no percibir ese olor. El único sonido que me acompaña es el aleteo y el graznido de unos cuervos que, alrededor de una incongruente horca, parecen estar a la espera de un nuevo banquete de carne humana.


Siento que debo ir hacia la casa aunque no sé por qué. 

 
Tengo las manos y los pies entumecidos de frío y el corazón congelado de un terror indefinible e indefinido. Tal vez sea esa luna roja que asoma entre jirones de niebla. Tal vez esa luz, también roja, que desde la casa parece llamarme. Tal vez el graznido ensordecedor de los cuervos. Tal vez la extraña sensación de que algo diabólico me vigila y me espera, que esta niebla que me rodea, este aire putrefacto, no es más que su frío aliento de sus demoníacas fauces.


Continúo avanzando. No puedo hacer otra cosa. Desearía correr en dirección contraria pero mis pies no me obedecen.


Aterida y aterrada me dirijo hacia la casa, hacia la habitación iluminada de sanguinolento rojo.


No quiero ir. Pero no puedo no ir.

 
Con un escalofrío, me detengo frente a la puerta.


No quiero abrirla. Pero no puedo no abrirla.


Mi mano empuja la podrida madera.


La puerta se abre lentamente con un espeluznante chirrido.


Parece tardar una eternidad en abrirse.


Me quedo en el umbral apenas iluminado por la rojiza luz de la luna.


No tengo prisa. Ninguna prisa.

Lo que me espera en la densa oscuridad tampoco la tiene.


Oigo su pesada respiración.

Percibo su ansia.


Con lentitud, con pavor, con el cuerpo y el alma congelados, entro en la casa y subo a la habitación iluminada de rojo donde “eso” lleva eones esperándome.


Y ahora, si a alguien le apetece algo más ligero, puede pasarse por El cofre de los cuentos, donde un viejo conocido (al menos de los más "viejos" del lugar) espera una visita: El gato Garabato



 

miércoles, 16 de marzo de 2011

Un paraguas rojo


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Antes de dar paso al relato, quisiera comunicar, por si alguien estuviera interesado que digo yo que igual alguien lo está, que aquí al ladito, se me ha ocurrido abrir otro blog exclusivamente para cuentos y rimas infantiles. Así que si hay alguno o alguna o incluso, algún algo, a quien le apetezca leer esas cosillas mías para niños pues queda invitado a ir hasta allá y pasar un ratillo leyendo. De momento iré alternando cosas ya publicadas en Testamento de Miércoles con otras nuevas. Ah, sí, que cómo se va, pues es muy fácil, sólo hay que hacer un pequeño clic en El cofre de los cuentos (espero empezar a encontrar a alguien por aquel desván porque, de momento, está de lo más solitario :D)

Y ahora, sí, el relato de hoy, debajo de la foto:

Era una sombra soñadora que no llevaba nada bien eso de pasar la vida arrastrándose por suelos y paredes.


Era una sombra fantasiosa a quien disgustaba ser esclava de un cuerpo que ni atención le prestaba.


Era una sombra con su aquel de artista que abominaba de su negro color y soñaba con arco iris.


Era una sombra curiosa que anhelaba conocer otros lugares y otras sombras.


Y esta sombra soñadora, fantasiosa, artista y curiosa encontró, cierto día, un precioso paraguas de color rojo. Un paraguas tan brillantemente rojo que la sombra, incapaz de resistirse, se apartó del cuerpo al que vivía atada, se acercó a él y lo tomó entre sus negras manos.


En ese justo momento, el viento comenzó a soplar con muchísima fuerza. Y tiró del paraguas. Y el paraguas tiró de la sombra. Y sombra y paraguas salieron volando.


Y la sombra, por primera vez en toda su vida, rió a carcajadas. Por primera vez se sintió feliz y libre. Por primera vez sintió que los sueños podían hacerse realidad.


Agarrada a su paraguas rojo, la sombra soñadora recorre el mundo viendo todo cuanto soñaba ver y llenando sus sombríos ojos de todos los colores del planeta.


Desde el suelo,  pegadas a los pies de sus amos, otras sombras soñadoras la ven pasar y sueñan en encontrar, ellas también, un paraguas rojo que las eleve y las lleve rumbo a la felicidad





martes, 8 de marzo de 2011

Las cosas del querer

Rojo


El sol del anochecer tiñe el mundo de rojo. Ella, entre las rocas, increpa al mar, vierte sobre él improperios y maldiciones mientras sus lágrimas saladas se mezclan con la sal del océano. La tarde, roja, avanza lentamente hacia la noche mientras ella -la loca, la chiflada, la perturbada- sigue maldiciendo e insultando a ese mar que se le llevó lo que más amaba una tarde como aquella de hacía tantos años.



Y ahí está ella, como cada tarde, soltando sobre el maldito mar toda su rabia y toda su pena, envuelta en rojo, inmersa en rojo, llorando en rojo.


Amor sin esperanza


La amó durante toda su vida.



La amó en silencio, sin que ella supiera nada.



La amó a distancia, sin que ella conociera de la existencia de ese hombre que era ya más satélite suyo que hombre libre.



La amó más que nadie en el mundo, sin que ella se sintiera amada.



Pasó toda su existencia sin atreverse a vivir un amor que era su vida y muriendo por un amor que le hacía nacer cada día.



Ella murió en abril. Él la siguió en mayo.



No sabía vivir sin ese anhelo por el amor nunca vivido quiso ir tras ella a la muerte para continua amándola de lejos, a distancia y sin esperanza.


En la playa


Y cayó, agotada, a la orilla del mar.



Sintió, agradecida, el frescor de la arena húmeda bajo su cuerpo sudoroso. El corazón le latía con fuerza, acelerado tras la larga huida.



Una luna enorme salía tras el horizonte y el sonido del mar comenzaba a adormecerla. Los hombres la habían hecho correr durante todo el día y se sentía agotada.



Si no se hubiera encontrado con él no lo habría conseguido. La había ayudado y guiado hasta aquella recóndita playa y ahora, a su lado, la acompañaba, consolaba y protegía.


Entre los latidos de su corazón podía oírlo resoplar a su lado, transmitiéndole seguridad y esperanza.



En unos minutos ella se repondría y podrían continuar su camino, lejos de los hombres que querían esclavizarla.



La luna, blanca y enorme, los guiaría hacia su nueva vida.


Imágenes obtenidas en devianArt.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Gente contradictoria


Hay hadas muy brujas, y brujas muy buenas, y buenas muy malas y malas muy buenas.


Hay princesas muy plebeyas, y plebeyas muy señoras, y señoras muy sirvientas, y sirvientas muy mandonas.


Hay héroes muy cobardes, y cobardes muy valientes, y valientes muy medrosos, y medrosos muy osados.


Hay ingenuos muy astutos, y astutos muy sinceros, y sinceros muy traidores, y traidores muy leales.


Hay honrados muy granujas, y granujas muy honestos, y honestos muy inmorales, e inmorales muy fiables.


Hay sinceros muy fulleros, y fulleros muy sinceros, y tramposos candorosos, y cándidos maliciosos.


Hay odios muy amorosos, y amores muy rencorosos, y rencores muy afectuosos, y afectos muy enojosos.


Hay enanos muy titanes, y titanes muy pequeños, y pequeños eminentes, y eminentes muy vulgares.


Hay feos muy bellos, y bellos repelentes, y repelentes atractivos, y atractivos desagradables.


Hay sabios muy ignorantes, e ignorantes muy inteligentes, e inteligentes muy inconscientes, e inconscientes muy avispados.


Hay groseros muy educados, y educados muy malcriados, y malcriados muy cívicos, y cívicos muy chabacanos.


Hay duros muy blandos, y blandos muy fuertes, y fuertes muy apocados, y apocados muy valientes.


Hay adultos muy niños, y niños muy maduros, y maduros muy bisoños, y bisoños muy dispuestos.


Hay solitarios muy sociables, y sociables muy tímidos, y tímidos muy expresivos, y expresivos muy ariscos.


Hay flemáticos muy activos, y activos muy perezosos, y perezosos muy trabajadores, y trabajadores muy ociosos.


Hay graciosos muy aburridos, y aburridos muy animados, y animados muy cargantes, y cargantes muy pasables.


Hay contrarios muy sinónimos, y sinónimos muy opuestos, y opuestos muy semejantes, y semejantes muy diferentes.







Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...