martes, 24 de mayo de 2011

Al otro lado de la calle


Llegaba a la cafetería cada tarde a la misma hora. Cada tarde se sentaba en la misma mesa y en la misma silla, junto a la gran cristalera. Pedía, cada tarde, una taza de café vienés y dedicaba las siguientes horas a saborear su bebida y a mirar hacia el otro lado de la calle.


Llegaba a la floristería cada tarde a la misma hora. Cada tarde abría la puerta y comenzaba a sacar flores a la puerta, sin prisa, esmerándose en la presentación de todo cuanto exponía. Y mientras entraba y salía intentaba atisbar aquella figura que la observaba, cada tarde, desde el otro lado de la calle mientras saboreaba lentamente un café.

Un día de estos, pensaba él sentado en la cafetería, reuniré el suficiente valor, cruzaré la calle y hablaré con ella, me presentaré, nos conoceremos. El amor surgirá entre nosotros, nos casaremos, seremos felices. Luego, como cada tarde, tomaba un sorbo de café y continuaba pensando que sí, que lo haría... pero no hoy, mejor otro día.


Uno de estos días, pensaba ella arreglando jarrones y macetas, reuniré el valor suficiente, cruzaré la calle, pediré un café y me sentaré a su mesa. Charlaremos, surgirá el amor entre nosotros, nos casaremos, seremos felices. Luego, como cada tarde, comenzaba a preparar algún delicado bouquet y continuaba pensando que sí, que cualquier día de estos lo haría... pero no hoy, mejor otro día.

Cada tarde, al llegar las ocho y media, él pagaba, se levantaba lentamente y salía rumbo a su solitaria casa echando un último y fugaz vistazo al otro lado de la calle.


A las ocho y media, como cada día, ella daba la última vuelta a la llave de la floristería. Se atusaba el pelo y comenzaba a andar lentamente hacia su solitaria casa lanzando un último y fugaz vistazo al otro lado de la calle.


Durante un segundo sus miradas se cruzaban y se reconocían. Después, ambos, miraban al frente y continuaban con sus vidas.

sábado, 14 de mayo de 2011

Chateando


Como cada noche, la joven se sentó frente al ordenador dispuesta a pasar un rato divertido en el chat de contactos. No es que tuviera problemas para ligar de otra manera más directa, pero hacerlo así le resultaba sumamente placentero y divertido.


Esa noche, sin embargo, no se sentía nada cómoda. No por lo que ocurría en el chat, no. Eso seguía la misma dinámica de cada noche. Era más bien un malestar físico. Una incomodidad continua en la espalda que no la dejaba concentrarse y estarse quieta.


A pesar de todo, la muchacha continuó con sus juegos y sus charlas de cada día. De vez en cuando se removía inquieta e incómoda pero no le dio mayor importancia. Hasta que la incomodidad se volvió excesiva. Ese picor, esa sensación de humedad, esa impresión de tener algo molesto en la espalda no la abandonaba.




Finalmente se levantó de su asiento ante la pantalla y, dirgiéndose al espejo más cercano intentó descubrir qué era lo que tanto la molestaba. Cuando vio de qué se trataba sus ojos se abrieron de asombro y comprensión.



Lentamente regresó a su ordenador. Lentamente puso sus manos sobre el teclado, Y, lentamente, como en un sueño dijo al hombre con el que había estado hablando:




-Acabo de recordar que estoy muerta. Me han matado hace una hora, a hachazos, aquí mismo. Lo había olvidado por completo.



A continuación la joven se derrumbó sobre el teclado mientras, al otro lado de la línea, el hombre con el que hablaba pensaba en que le había tocado la loca de la noche....



viernes, 6 de mayo de 2011

Los primeros libros


Aquí, donde usted nos ve, viejos y amarillentos, con las hojas despegadas y oliendo a papel quebradizo, hubo en tiempo que fuimos maravillosamente jóvenes, como ella. Lo recordamos bien, no debía tener más de quince o dieciséis años y se veía a la legua que no era la chica más popular del instituto. Tenía que haberla visto, menudo desastre de adolescente: gafosa, sobrada de peso y con cara de ser de lo más tímido. ¡Un horror, vamos!


La habíamos visto rondar por aquella librería más de una vez. Estaba a pocos metros de su instituto y era donde, normalmente, tanto ella como sus compañeras compraban sus libros de texto y demás material pero nunca se había aproximado a nosotros. Nos echaba miradas así, como de reojillo, pero nunca se había atrevido a mirarnos más de cerca.


Pero un día se animó. Se ve que, de alguna manera, logró ahorrar unas pesetillas para llevarse a uno de nosotros y no lo dudó un instante. Se acercó a la estantería y fue acariciando nuestros negros lomos uno por uno, entre fascinada e indecisa. Ladeaba la cabeza y, pasando lentamente el dedo sobre el flexible cartón, leía el título. Miró y remiró, sin decidirse por ninguno, era el primer libro que compraba para sí misma y quería elegirlo con mucho cuidado.


 Era, también, el primer libro de Ciencia-Ficción que iba a leer. Era ese un género que le resultaba sumamente atractivo aunque nunca hubiera leído nada de ese género.



Tiene gracia tanto cuidado en la elección, porque dudo -dudamos- de que ahora fuera capaz de decir cuál de nosotros llevó primero a casa... ni nosotros tampoco, y es que llevamos tantísimo tiempo juntos que hemos adquirido una especie de conciencia grupal y los recuerdos de uno son los recuerdos de todos.


Tras largo rato de mirar y remirar, se decidió por uno de nosotros, lo llevó a la caja, lo pagó y, guardándolo emocionada en su bolsa, lo llevó a casa mezclado con sus libros de texto.


Aquel libro primero iba un poco acongojado. Igual era de esas que dobla las páginas para marcar donde terminó la lectura. O de esos que prestan sus libros sin criterio alguno. O una de aquellas que te olvidan en cualquier rincón. O, peor aún, quizás fuera a quedarse sólo y perdido en una estantería para siempre.


Al llegar a casa, ella lo puso en una estantería y, en cuanto dispuso de un rato, volvió a por él. Acarició su tapa de cartón flexible, hundió la nariz entre sus páginas aspirando su aroma a papel nuevo y recién impreso. Luego, casi con reverencia, lo abrió e inició la lectura. Leía a todas horas, en cualquier sitio y sólo abandonaba el libro si no le quedaba más remedio.




Cuando terminó, con un suspiro de satisfacción y algo de pena, puso el libro en la estantería junto a otros que allí ya estaban pero que no habían sido elegidos con tanto cuidado y tanto mimo como aquel libro de Ciencia-Ficción, porque no habían sido elegidos por ella. Al poco tiempo apareció otro de nuestros hermanos, y luego otro, y otro hasta completar (o casi) la colección. A lo largo de los años algunos han desaparecido a causa de la edad pero la mayoría seguimos aquí, más viejos, algo deshechos pero con todas nuestras páginas y bien juntitos. Ahora nos acompañan muchísimos más de Ciencia-Ficción, de Fantasía, de Terror y, también, claro, otro tipo de literatura: Galdós, Clarín, García Márquez, Mark Twain, Saramago... y otros más.



Nos quiere a todos, tanto, que cuando cambió de ciudad nos trajo con ella. No le importa si amarilleamos o si nos deshojamos fácilmente. No le importa nuestro olor polvoriento. No le importa que nuestras portadas se muestran ajadas o si la hemos perdido. Nada de eso le importa, nos sigue manteniendo a su lado y siempre lo hará.



A algunos no ha vuelto a tocarnos, a otros los ha leído hasta diez veces, pero a todos nos mantiene con ella y, lo más importante para nosotros, nunca olvida que fuimos los primeros de una ya extensísima lista.



Colección Super Ficción 1ª época - Ediciones Martínez Roca





Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...