Nota
Se sienta ante el papel dispuesta a verter sobre él toda la pena, toda la rabia, todo el dolor que atenaza su corazón al punto de casi detener sus latidos.
Las palabras se agolpan en su cabeza, cada vez más densas y pesadas, apretadas unas contra otras, atemorizadas por el intenso dolor que las rodeaba.
La pena no ceja, la congoja no flaquea, las palabras se empujan, se densan, se condensan y, finalmente, se licuan transformándose en un río de lágrimas, en una enérgica corriente que arrastra y limpia el alma adolorida.
De su pluma nada sale, el papel queda en blanco.
Ella se marcha dejando la húmeda nota sobre la mesa.
Él no necesitó palabras para entender el mensaje de aquella nota.
Llanto
Aquel escritor estaba tan lleno de palabras, tan rebosante de vocablos, que, cuando lloraba, ya fuera de alegría o de tristeza, de emoción o de dolor, sus ojos no derramaban lágrimas sino verbos, sustantivos o adjetivos que él luego unía y transformaba en historias.