miércoles, 28 de diciembre de 2016

Nochevieja


¿Año nuevo?


La última onda sonora de la última vibración de la última campanada del año acababa de sonar. Todos en la plaza gritaban, saltaban, se abrazaban y bebían.
-¡Feliz Año Nuevo!
Gritaban unos.
-¡Happy New Year!
Se atrevían los que presumían de internacionales.
Durante el tiempo que duró el viaje de esa última onda la algarabía fue mayúscula, el confeti voló, el alcohol descendió por las gargantas, los pies se movieron en danzas alocadas, las gargantas se esforzaron al máximo con cánticos y gritos.
Y cuando, por fin, esa última onda sonora de la última vibración de la última campanada del año llegó hasta el último oído capaz de percibirla y murió, el reloj volvió a dar los cuartos.
De pronto, todos volvían a estar en los lugares que habían ocupado hasta hacía un momento, con las uvas en las manos, aguardando expectantes, que el reloj comenzara a desgranar las últimas campanadas del año.
Y de nuevo, cuando la última onda sonora de la última vibración de la última campanada del año acabó de sonar. Todos en la plaza gritaron, saltaron, se abrazaron y bebieron.
Y otra vez, cuando esa última onda llegó hasta el último oído capaz de notarla y murió, el reloj volvió a dar los cuartos... y todo comenzó de nuevo.
Entretanto, en un lugar entre el mundo humano y el universo no-humano, el nuevo año, sentado en el suelo y cruzado de brazos, se negaba a dejar salir al año viejo y se oponía enérgicamente a hacer su entrada.



Rojo


Por si fuera cierto eso de que el rojo trae suerte, decidió vestirse de rojo de arriba abajo y de dentro afuera. Rojo era su vestido, rojos sus zapatos, rojo su bolso y roja su ropa interior. Rojas las uñas y rojo encendido los labios. Y no tiñó su cabello del rojo más escandaloso que pudo encontrar porque ya le pareció excesivo.
Antes de eso, había practicado todos y cada uno de los pequeños rituales que conocía para atraer a la buena suerte al comenzar el año. Ese nuevo año iba a necesitar de toda la suerte que pudiera atraer.
Una vez cumplidos todos los pequeños rituales y debidamente vestida y arreglada, tomó su maleta y, asegurándose de usar el pie derecho, salió de la que había sido su casa desde hacía treinta años.
Atrás dejaba un marido sorprendido.
Afuera le esperaba el mundo por descubrir y una nueva vida.
Sí, definitivamente necesitaba de toda la suerte que pudiera conseguir.


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